martes, 15 de enero de 2008

Por una política sexual por Néstor Perlongher


Hemos sufrido mucho en estos largos años (y aún...) Dice Dante Panzeri que el sufrimiento es muy grande antes de llegar al goce. ¿Pero es que, en política, se está hablando de goce? Toda política es, también, una política de la sexualidad. En la Argentina militar, la política del Estado se ha dirigido a evitar la consumación –dificultar el “acto” sexual–. Así, hacer el amor ha dejado de ser un pecado para convertirse en un milagro.
Es cierto que esa represión explícita a la sexualidad –que ha llegado a censurar la mínima alusión erótica– se encastra en una densa tradición machista, machismo que muestra su poder castigando a los más débiles: las mujeres, los maricas, los niños.

Pero este machismo –moralismo que también afecta a los machos en sus andanzas extrafamiliares– no podría tal vez tan fácilmente vencer si no contase con el auxilio de la Policía.
La policía puede, en la Argentina, detener a cualquier persona por un plazo que oscila entre 2 y 7 días, con la excusa de “averiguación de antecedentes”. Ese expediente ha sido usado siempre –y con mayor denuedo en los últimos años– para encarcelar, intimidar, ofender a millares de personas.
Peor aún es la situación de los menores de 18 años, que por el solo hecho de hallarse fuera de sus casas familiares, pueden ser internados en reformatorios, verdaderos campos de concentración de niños.
Los llamados edictos policiales –que no son exactamente leyes sino reglamentaciones internas de la policía– permiten detener a cualquier persona sospechosa de prostitución, homosexualidad, vagancia, ebriedad, etc., y recluirla sin intervención de la Justicia, en la cárcel ¡por plazos que oscilan entre los 30 días en Buenos Aires y los 90 en Córdoba!
Estas reglamentaciones no tienen nada que ver con el estado de sitio que padece el país. Los edictos policiales vigentes en Buenos Aires fueron introducidos bajo el gobierno de Perón en 1946. Un fallo de la Corte Suprema los declara inconstitucionales en 1957 porque no respetan el derecho de defensa. Pero eso no impide a Frondizi aplicarlos con saña, gracias a los servicios del comisario Margaride (jefe policial bajo las administraciones de Frondizi, Guido, Onganía, Perón), que adoraba allanar hoteles alojamiento, detener a parejas por besarse en los parques, organizar gigantescas razzias en subtes y cines en busca de vagos y perversos.
El régimen actual se ha preocupado por dictar edictos policiales en los lugares donde ellos no existían –como Mendoza y Córdoba–. El Código de Contravenciones dictado en Córdoba en 1980, no precisa para castigar “mujeres u homosexuales”, otra prueba que...su permanencia en un lugar público. Basta sólo “frecuentar (es decir, charlar) con un menor, para ser encarcelado por tres meses. Se impone también la internación y cura forzosa del enfermo venéreo, extendiendo a los sifilíticos el tratamiento reservado a los “drogadictos” y a los locos. Estos temas sexuales nunca han tenido que ver con la política, porque la política suele ser un deseo de poder antes que de goce. Pero miles de hombres, mujeres y niños han sido molestados o secuestrados por la policía por no estar yendo “de la casa al trabajo y del trabajo a casa”.
Claro que al que soporta los estandartes de la normalidad le resulta más fácil “eludir los patrulleros” que a quien no se los banca. Pero es la libertad de circulación y comunicación, amorosa, cotidiana, lo que estas prepotencias del poder cercenan.
La llamada “normalidad” se ha encargado de mostrar suficientemente en la Argentina lo doloroso de su fracaso. Si para mantener a los homosexuales fuera de las calles, es preciso llamar a la policía, entonces queda evidente que esa “normalidad” no funciona por “naturalidad” sino por el peso de las armas. Si la llamada “normalidad” precisa de la dictadura para sobrevivir, entonces revélase ella misma anómala (...) En este momento el lector abraza tiernamente a su esposa: yo no tengo, gracias a Dios, nada que ver con la homosexualidad. ¿Está usted seguro? ¿No será usted en su tibia normalidad, un cómplice complaciente de ese reiterado escarnio? Su miedo a la sexualidad ¿no tendría que ver con la represión moral que familias y policías inculcan desde pequeño?
Nos parece genial que cada cual haga lo que quiera con su cuerpo. Reprimir a la homosexualidad le agrega a esa práctica erótica un encanto subversivo del que ella, naturalmente, carece. Pero que el goce pase por la tortura, la humillación y el secuestro, ya nos parece excesivo. “Hasta la perversión –decía el Marqués de Sade– exige cierto orden.”
Si usted acostumbra dejar su sexualidad en manos de la policía, es lógico que le va a acabar gustando. De ser así, entonces esto “no se va a acabar”.
–Derogación de los edictos policiales que reprimen la prostitución, la homosexualidad, la vagancia, la “ebriedad y otras intoxicaciones”, etc.
–Fin de la “averiguación de antecedentes”.
–Abolición de la censura.
–Libre circulación para menores, putas, taxiboys, travestis, homosexuales, hombre y mujeres en general...
Deseamos que esas demandas sean levantadas en todos los lugares: familias, partidos, grupos, bares, calles, instituciones, medios, etc. No precisamos de la policía para saber cómo comportarnos. Nuestra cotidianidad es un problema nuestro. Aprovechemos el momentáneo “repliegue” del régimen para acabar también con el autoritarismo y la prepotencia del poder.
Un beso.

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