martes, 15 de enero de 2008

La ética de la resistencia por Michel Foucault*

Durante los años 1945-1965 (me refiero a Europa), había una cierta manera correcta de pensar, un cierto estilo de discurso político, una cierta ética del intelectual. Había que estar al tú por tú con Marx, no dejar las fantasías, vagabundear demasiado lejos de Freud y tratar los sistemas de signos -lo significativo- con el mayor respeto.
Tales eran las tres condiciones que reivindicaban a esta singular ocupación que es el hecho de escribir y de expresar un poco de verdad sobre uno mismo y sobre nuestra época.
Luego vinieron cinco años breves, apasionados, de júbilo y de enigma. A las puertas de nuestro mundo, Vietnam, evidentemente, y el primer gran golpe contra los poderes constituidos. Pero aquí, en el interior de nuestros muros ¿qué pasaba exactamente? ¿Una amalgama de política revolucionaria y antirrepresiva? ¿Una guerra dirigida contra dos frentes -la explotación social y la represión psíquica-? ¿Una ascensión del libido modulada por el conflicto de clases? Es posible. Sea lo que sea, es por esta interpretación familiar y dualista que se ha pretendido explicar los sucesos de esos años. El sueño que, entre la Primera Guerra Mundial y el advenimiento del fascismo, había mantenido bajo su encanto las fracciones más utópicas de Europa -la Alemania de Wilhelm Reich y la Francia de los surrealistas- había vuelto para abrazar la realidad misma: Marx y Freud iluminados por la misma incandescencia.
¿Pero qué sucedió? ¿Se trata efectivamente de una repetición del proyecto utópico de los años 30, esta vez en la escala de la práctica histórica? ¿O hubo, por el contrario, un movimiento dirigido hacia luchas políticas que ya no se adaptan al modelo prescrito por la tradición marxista?
¿Hacia una experiencia y una tecnología del deseo que no eran ya freudianas? Se han izado ciertamente los viejos estandartes, pero el combate se ha desplazado y ha ganado nuevas zonas.
El Anti Edipo muestra, en primer lugar, la extensión del terreno cubierto. Pero hace falta mu- cho más. No se disipa en la denigración de viejos ídolos, aunque se entretenga mucho con Freud y sobre todo, nos incita a ir más lejos.
Sería un error leer El Anti Edipo como la nueva referencia teórica (ustedes saben, esta famosa teoría que tan frecuentemente nos han mencionado: aquella que lo va a abarcar todo, aquella que es absolutamente totalizante, que nos lo asegura todo, de lo cual “tenemos tanta necesidad” en esta época de dispersión y de especialización donde la esperanza ha desaparecido). No es necesario buscar una “filosofía” en esta extraordinaria profusión de nociones nuevas y de conceptos sorpresa: El Anti Edipo no es un Hegel decadente. La mejor manera, creo yo, de leer El Anti Edipo es abarcándolo como un “arte” de los sentidos, donde se les habla de “arte erótico”, por ejemplo. Apoyándose en las nociones, en apariencia, abstraídas de multipicidades, de flujos, de dispositivos y de ramificaciones, el análisis de la relación de deseo de la realidad y la “máquina” capitalista proporciona respuestas a preguntas concretas. Preguntas que surgen menos del por qué de las cosas que de su cómo. ¿Cómo se introduce el deseo en el pensamiento, en el discurso, en la acción? ¿Cómo puede y debe el deseo desplegar sus fuerzas en las esfera de lo político e intensificarse en el proceso de ruptura del orden establecido? Ars erotica, ars theoretica, ars politica.
De ahí el por qué de los tres adversarios a los cuales se enfrenta El Anti Edipo. Tres adversarios que no tienen la misma fuerza, que representan grados diversos de amenaza, y que el libro combate con medios diferentes.
1. Los ascetas políticos, los militantes melancólicos, los terroristas de la teoría, aquellos que querían preservar el orden puro de la política y del discurso político. Los burócratas de la revolución y los funcionarios de la verdad.
2. Los desdichados técnicos del deseo, los psicoanalistas y los semiólogos, que registran cada signo y cada síntoma, y que querrían reducir la organización múltiple del deseo a la ley binaria de la estructura y la carencia.
3. Finalmente, el enemigo mayor, el adversario estratégico (cuando la oposición del Anti Edipo a sus otros enemigos constituye más que nada un ejercicio táctico): el fascismo. Y no solamente el fascismo histórico de Hitler y Mussolini -que tan bien ha sabido movilizar y utilizar el deseo de las masas- sino también el fascismo que está en todos nosotros, que frecuenta a nuestros espíritus y nuestras conductas cotidianas, el fascismo que nos hace amar el poder, desear la cosa misma que nos domina y nos explota.
Yo diría que El Anti Edipo (con el perdón de sus autores) es un libro de ética, el primer libro de ética que se había escrito en Francia después de mucho tiempo (es quizá la razón por la cual su éxito no está limitado a una “lectura” particular: el ser antiedipo se ha convertido en un estilo de vida, un modo de pensamiento y de vida). ¿Cómo hacerle para no volverse fascista aún cuando (sobre todo cuando) se cree ser un militante revolucionario? ¿Cómo desembarazar nuestros discursos y actos, nuestros corazones y nuestros placeres del fascismo? ¿Cómo desalojar al fascismo que se ha incrustado en nuestro comportamiento? Los moralistas cristianos buscaban los vestigios de la carne que habitaban en los pliegues del alma. Deleuze y Guattari, por su parte, acechan los ras-tros más ínfimos del fascismo en el cuerpo.
Rindiéndole un modesto homenaje a San Francisco de Sales, se podría decir que El Anti Edipo es una introducción a la vida antifascista. Este arte de vivir contrario a todas las formas de fascismo, que están ya instaladas o próximas al ser, se acompaña de un cierto número de principios esenciales, que yo resumiría como sigue si se tuviera que hacer de este gran libro un manual de la vida cotidiana:
1) Libere la acción política de la vida de toda forma de paranoia unitaria y totalizante.
2) Haga crecer la acción, el pensamiento y los deseos por proliferación, yuxtaposición y disyunción, más que por subdivisión y jerarquización piramidal.
3) Libérese usted de viejas categorías de lo negativo (la ley, el límite, la castración, la privación, la interrupción) que el pensamiento occidental tanto tiempo mantuvo como formas sagradas de poder y como modos de acceso a la realidad. Prefiera lo que es positivo y múltiple, la diferencia a la uniformidad, los flujos a las unidades, las disposiciones móviles a los sistemas. Considere que aquello que es productivo no es sedentario sino nómada.
4) No se imagine que hay que estar triste para ser militante, aún si la cosa que se combate es abominable. Es el enlace del deseo y la realidad (y no su huida en las formas de la represión) lo que posee una fuerza revolucionaria.
5) No utilice el pensamiento para dar a una práctica política un valor de verdad; ni la acción política para desacreditar un pensamiento, como si éste no fuera más que pura especulación. Utilice la práctica política como un intensificador del pensamiento, y el análisis como un multiplicador de formas y dominios de intervención de la acción política.
6) No exija que la política restablezca los “derechos” del individuo tal como la filosofía los definió. El individuo es el producto del poder. Lo que se necesita es “desindividualizar” por medio de la multiplicación y el desplazamiento, la disposición de combinaciones diferentes. El grupo no debe ser el enlace orgánico que une a individuos jerarquizados, sino un constante generador de “desindividualización”.
7) No se vuelva amante del poder.
Se podría incluso decir que Deleuze y Guattari aman tan poco el poder que han buscado neutralizar los efectos de poder ligados a sus propios discursos. De ahí los juegos y las trampas que se encuentran por todas partes en el libro, y que hacen de su traducción un verdadero acopio de habilidad. Pero no son las trampas familiares de la retórica, aquellas que buscan seducir al lector sin que éste sea consciente de la manipulación, y terminan por ganárselo a causa de los autores contra su voluntad. Las trampas del Anti Edipo son las del humor: invitaciones a dejarse expulsar, a despedirse del texto llamando a la puerta. El libro a menudo nos hace pensar que no hay más que humor y juego ahí donde sin embargo algo esencial sucede, algo que se debe a una mayor seriedad: la batida de todas las formas de fascismo, colosales, que nos rodean y nos aplastan, hasta las formas menudas que hacen la amarga tiranía de nuestras vidas cotidianas.

*Trascripción del texto de Michel Foucault traducido por Alejandra Valdés Conroy y publicado el 8 de abril de 1993 por la revista Etcétera.

No hay comentarios:

Fotos

Dia del orgullo GLTTTBHQ

Dia del orgullo GLTTTBHQ


Presentación de Vanguardia Queer en Casa por la Memoria y la Cultura Popular,


Marcha por la derogación del artículo 80 (explanada de Casa de Gobierno)

Marcha por la derogación del artículo 80 (Calle Patricias Mendocinas)